La leche materna, ese oro blanco que no distingue clases ni colores, puede ser el gran nivelador social. Pero para que cumpla su misión, hace falta más que voluntad: requiere redes de apoyo, políticas claras y un compromiso colectivo.
«Ninguna madre debe quedar atrás», reclama el mensaje central de esta jornada, que pone el foco en las mujeres más vulnerables, aquellas que cargan, además de a sus hijos, el peso de las desigualdades.
La convocatoria es amplia y urgente. Gobiernos, sistemas de salud, empleadores, comunidades y familias deben entrelazarse en lo que activistas llaman «la cadena cálida»: ese tejido humano que sostiene, educa y empodera. Porque amamantar no es solo un gesto íntimo; es un acto político, un derecho que debe ser garantizado en clínicas, plazas, centros laborales y hogares.
En Santiago, las actividades — talleres, debates— buscan derribar mitos y construir puentes.
El mensaje resuena claro: la lactancia es vida, es justicia, es futuro.
Y en una tierra donde lo colectivo vibra fuerte, la provincia responde al llamado: que ningún niño, ninguna madre, se quede sin su lugar en este abrazo.