«Yo siempre fui un rebelde, esa actitud germinó en mí por naturaleza, producto de las desigualdades vividas antes de la Revolución, que me impulsaron a la lucha desde tan temprana edad».
Enio Leyva Fuentes acumula 88 años, pero recordó con suma lucidez cuando, con tan solo 20 años, ya seguía, en México, las órdenes de Fidel Castro Ruz.
La cárcel, en territorio centroamericano, le impidió ser uno de los expedicionarios del yate Granma, pero obtuvo el reconocimiento de un incansable luchador. Otras veces durmió tras las rejas, convencido de buscar, a cualquier precio, el bienestar de su pueblo.
Luego de 1959, gracias a su trayectoria, mereció el grado de general de Brigada, y le confiaron responsabilidades en la más alta dirección del país. El octogenario rememoró su entrañable amistad con el Comandante en Jefe de la Revolución; dice no haber conocido nunca a una persona tan sensible y honesta como él.
Mientras finalizaba el recuento de sus vivencias, manifestó su fe en la juventud como guardiana de los logros alcanzados, pese a las tremendas complejidades.
***
Otro nombre fundido para siempre a la independencia de la Isla resulta el de Agustín Díaz Cartaya, iniciado en la actividad política bajo la guía de Hugo Camejo Valdés y de otros compañeros del Instituto escolar enclavado en el municipio habanero de Marianao.
Militó en las filas de la ortodoxia y, tras la constitución del Movimiento, brindó sus fuerzas a la célula de la localidad de Coco Solo. Aunque acudieron al asalto de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes medianamente entrenados, sin las condiciones ideales, les sobraban deseos de aportar y disposición para entregar hasta la vida, afirmó.
Lo eligieron para el enfrentamiento a la segunda fortaleza militar mencionada, en Bayamo, Granma. Su única trinchera consistía en una alambrada, mientras a los soldados batistianos los resguardaba una caballeriza y poseían ametralladoras de marca Thompson.
Luego de la acción militar, continuó hasta Santiago de Cuba, con el objetivo de apoyar en el Moncada; pero al convencerse de que ya nada podría hacerse, regresó a la capital de la nación.
Debido a una delación, el Servicio de Inteligencia Militar lo torturó de forma brutal, lo condujo al Cementerio de La Lisa –en el que pretendieron aplicarle la llamada ley de fuga, una forma de justificar asesinatos–; pero apenas podía moverse, y permaneció allí. Luego, lo llevaron hasta El Laguito y casi lo ahogan. «Yo era comida de Esteban Ventura, el jefe de la Policía Nacional».
Prosiguió un encarcelamiento en La Cabaña, y hasta el intento de liberarlo, a fin de dejarlo expuesto a los sicarios de la dictadura. Sin embargo, lo trasladaron a la prisión de Boniato, en la cual recibió el juicio. Durante el trayecto en avioneta hacia la geografía oriental, lo amenazaron con lanzarlo sobre las lomas.
Más tarde, mientras cumplía su condena en el Presidio Modelo de Isla de la Juventud, participó en una protesta por la visita de Fulgencio Batista, en la cual entonaron la Marcha del Movimiento. En represalia, lo enviaron a una celda sin luz, en la que solo encorvado podía estar de pie. «Desconocía la existencia de algo tan terrible, un infierno dantesco».
Problemas con sus documentos le impidieron tomar parte en el exilio mexicano, aunque ardía de las ganas de incorporarse a la travesía, recalcó. En cambio, asumió como jefe de la clandestinidad en Pinar del Río, nueve meses antes del triunfo.
Díaz Cartaya presenta un estado formidable a sus casi 96 años, mantiene el físico de buen pelotero en su época juvenil, cuando lo comparaban con el tercera base del Habana, Harry Thompson. Además, su lucidez conserva la facultad de recitar algunos de sus textos de poemas e himnos, entre ellos el del 26 de Julio.
«Fidel me solicitó componerlo después de las últimas prácticas de tiro en la finca Los Palos, de la actual provincia de Mayabeque. Lo grabamos en Radio Suaritos, gracias a otro afiliado, el destacado músico Carlos Faxas: llevó la melodía y la letra, efectuó arreglos y empleó su renombrado cuarteto.
Con las transmisiones de Radio Rebelde, la obra llegó a Venezuela y a otros países latinoamericanos. Después de 1959, la conocieron en el mundo, al principio, especialmente, en la Unión Soviética. «Lejos de un himno para un momento, pertenece a una Revolución viva, mientras luchamos tesoneramente en pos de la prosperidad por la que tantos murieron».
Criado en la Casa de Maternidad y Beneficencia, sin padre y con una madre muy pobre, durmió en portales, asumió el trabajo infantil, cantó en la calle y laboró en almacenes para apenas subsistir, víctima, además, de la horrible discriminación racial. En su piel comprendió que solo restaba el camino de cambiar radicalmente la sociedad.
***
En un hogar repleto de cuadros y condecoraciones, evidencias de un pasado siempre presente, Jesús Gilberto García Alonso evocó su papel en la organización del Movimiento, mano a mano con Ñico López, a partir del encargo del Comandante en Jefe.
Alberga anécdotas causantes de la mayor variedad de sensaciones, incluida la risa, como la suscitada cuando, en México, trasegaban armas para fundar un campamento en Yucatán, pero los detuvieron y las decomisaron por un «chivatazo».
El Jefe de la Policía, de origen cubano, los trató muy bien, al punto de permitirles dormir y comer en su casa. Asimismo, su hija vivió un romance con el hoy habitante en el municipio de Arroyo Naranjo de La Habana.
De la odisea del retorno en una nave demasiado pequeña y sin condiciones elementales para transportar 82 personas, enfatizó en la bravura del mar y en su temor de caer, porque no sabe nadar. En el desembarco, bajaron desde la borda y el agua les daba por el cuello, mientras el fondo fangoso los hundía.
Uno de sus compañeros encontró un bohío y entablaron los primeros acercamientos a campesinos. Les brindaron un racimo de plátanos manzanos y una sopa de gallina para reponer las fuerzas, antes de enfrentar otras inminentes tormentas, causadas por la furia del hombre.
En medio de la incertidumbre reinante tras el combate en Alegría de Pío, contó con la suerte de compartir las próximas jornadas con Manuel Echeverría, colaborador de Celia Sánchez. Contactaron con Crescencio Pérez, miembro del grupo de apoyo creado por ella, y él los condujo a la finca de Cinco Palmas.
García Alonso figuró entre los pioneros en ascender a la Sierra Maestra e ingresó en la Columna 10 René Ramos Latour, una de las tres contempladas en el iii Frente Mario Muñoz, bajo el mando del Comandante Juan Almeida Bosque. Después del triunfo, se licenció del Ejército Rebelde, con el grado de capitán, y contribuyó a los primeros organismos de la Seguridad del Estado.
Recibió la herencia combativa y el mayor ejemplo de un abuelo mambí, herido en una pierna por una bala española. Disfrutó la dicha de convivir en el barrio, casi frente a su casa, con Camilo Cienfuegos, antes de quedar unidos por la decisión más trascendental de sus vidas.
La historia escapa de la solemnidad de los libros cuando sale a combatir en la voz, en los recuerdos y en la fidelidad incondicional de sus protagonistas. Sobrevivientes del Movimiento 26 de Julio convierten cada palmo de su tierra y cada segundo de su tiempo en el asalto a las paredes de un cuartel, y en el viaje por un mar furioso hacia el encuentro con la libertad.
«Yo siempre fui un rebelde, esa actitud germinó en mí por naturaleza, producto de las desigualdades vividas antes de la Revolución, que me impulsaron a la lucha desde tan temprana edad».
Enio Leyva Fuentes acumula 88 años, pero recordó con suma lucidez cuando, con tan solo 20 años, ya seguía, en México, las órdenes de Fidel Castro Ruz.
La cárcel, en territorio centroamericano, le impidió ser uno de los expedicionarios del yate Granma, pero obtuvo el reconocimiento de un incansable luchador. Otras veces durmió tras las rejas, convencido de buscar, a cualquier precio, el bienestar de su pueblo.
Luego de 1959, gracias a su trayectoria, mereció el grado de general de Brigada, y le confiaron responsabilidades en la más alta dirección del país. El octogenario rememoró su entrañable amistad con el Comandante en Jefe de la Revolución; dice no haber conocido nunca a una persona tan sensible y honesta como él.
Mientras finalizaba el recuento de sus vivencias, manifestó su fe en la juventud como guardiana de los logros alcanzados, pese a las tremendas complejidades.
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Otro nombre fundido para siempre a la independencia de la Isla resulta el de Agustín Díaz Cartaya, iniciado en la actividad política bajo la guía de Hugo Camejo Valdés y de otros compañeros del Instituto escolar enclavado en el municipio habanero de Marianao.
Militó en las filas de la ortodoxia y, tras la constitución del Movimiento, brindó sus fuerzas a la célula de la localidad de Coco Solo. Aunque acudieron al asalto de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes medianamente entrenados, sin las condiciones ideales, les sobraban deseos de aportar y disposición para entregar hasta la vida, afirmó.
Lo eligieron para el enfrentamiento a la segunda fortaleza militar mencionada, en Bayamo, Granma. Su única trinchera consistía en una alambrada, mientras a los soldados batistianos los resguardaba una caballeriza y poseían ametralladoras de marca Thompson.
Luego de la acción militar, continuó hasta Santiago de Cuba, con el objetivo de apoyar en el Moncada; pero al convencerse de que ya nada podría hacerse, regresó a la capital de la nación.
Debido a una delación, el Servicio de Inteligencia Militar lo torturó de forma brutal, lo condujo al Cementerio de La Lisa –en el que pretendieron aplicarle la llamada ley de fuga, una forma de justificar asesinatos–; pero apenas podía moverse, y permaneció allí. Luego, lo llevaron hasta El Laguito y casi lo ahogan. «Yo era comida de Esteban Ventura, el jefe de la Policía Nacional».
Prosiguió un encarcelamiento en La Cabaña, y hasta el intento de liberarlo, a fin de dejarlo expuesto a los sicarios de la dictadura. Sin embargo, lo trasladaron a la prisión de Boniato, en la cual recibió el juicio. Durante el trayecto en avioneta hacia la geografía oriental, lo amenazaron con lanzarlo sobre las lomas.
Más tarde, mientras cumplía su condena en el Presidio Modelo de Isla de la Juventud, participó en una protesta por la visita de Fulgencio Batista, en la cual entonaron la Marcha del Movimiento. En represalia, lo enviaron a una celda sin luz, en la que solo encorvado podía estar de pie. «Desconocía la existencia de algo tan terrible, un infierno dantesco».
Problemas con sus documentos le impidieron tomar parte en el exilio mexicano, aunque ardía de las ganas de incorporarse a la travesía, recalcó. En cambio, asumió como jefe de la clandestinidad en Pinar del Río, nueve meses antes del triunfo.
Díaz Cartaya presenta un estado formidable a sus casi 96 años, mantiene el físico de buen pelotero en su época juvenil, cuando lo comparaban con el tercera base del Habana, Harry Thompson. Además, su lucidez conserva la facultad de recitar algunos de sus textos de poemas e himnos, entre ellos el del 26 de Julio.
«Fidel me solicitó componerlo después de las últimas prácticas de tiro en la finca Los Palos, de la actual provincia de Mayabeque. Lo grabamos en Radio Suaritos, gracias a otro afiliado, el destacado músico Carlos Faxas: llevó la melodía y la letra, efectuó arreglos y empleó su renombrado cuarteto.
Con las transmisiones de Radio Rebelde, la obra llegó a Venezuela y a otros países latinoamericanos. Después de 1959, la conocieron en el mundo, al principio, especialmente, en la Unión Soviética. «Lejos de un himno para un momento, pertenece a una Revolución viva, mientras luchamos tesoneramente en pos de la prosperidad por la que tantos murieron».
Criado en la Casa de Maternidad y Beneficencia, sin padre y con una madre muy pobre, durmió en portales, asumió el trabajo infantil, cantó en la calle y laboró en almacenes para apenas subsistir, víctima, además, de la horrible discriminación racial. En su piel comprendió que solo restaba el camino de cambiar radicalmente la sociedad.
***
En un hogar repleto de cuadros y condecoraciones, evidencias de un pasado siempre presente, Jesús Gilberto García Alonso evocó su papel en la organización del Movimiento, mano a mano con Ñico López, a partir del encargo del Comandante en Jefe.
Alberga anécdotas causantes de la mayor variedad de sensaciones, incluida la risa, como la suscitada cuando, en México, trasegaban armas para fundar un campamento en Yucatán, pero los detuvieron y las decomisaron por un «chivatazo».
El Jefe de la Policía, de origen cubano, los trató muy bien, al punto de permitirles dormir y comer en su casa. Asimismo, su hija vivió un romance con el hoy habitante en el municipio de Arroyo Naranjo de La Habana.
De la odisea del retorno en una nave demasiado pequeña y sin condiciones elementales para transportar 82 personas, enfatizó en la bravura del mar y en su temor de caer, porque no sabe nadar. En el desembarco, bajaron desde la borda y el agua les daba por el cuello, mientras el fondo fangoso los hundía.
Uno de sus compañeros encontró un bohío y entablaron los primeros acercamientos a campesinos. Les brindaron un racimo de plátanos manzanos y una sopa de gallina para reponer las fuerzas, antes de enfrentar otras inminentes tormentas, causadas por la furia del hombre.
En medio de la incertidumbre reinante tras el combate en Alegría de Pío, contó con la suerte de compartir las próximas jornadas con Manuel Echeverría, colaborador de Celia Sánchez. Contactaron con Crescencio Pérez, miembro del grupo de apoyo creado por ella, y él los condujo a la finca de Cinco Palmas.
García Alonso figuró entre los pioneros en ascender a la Sierra Maestra e ingresó en la Columna 10 René Ramos Latour, una de las tres contempladas en el iii Frente Mario Muñoz, bajo el mando del Comandante Juan Almeida Bosque. Después del triunfo, se licenció del Ejército Rebelde, con el grado de capitán, y contribuyó a los primeros organismos de la Seguridad del Estado.
Recibió la herencia combativa y el mayor ejemplo de un abuelo mambí, herido en una pierna por una bala española. Disfrutó la dicha de convivir en el barrio, casi frente a su casa, con Camilo Cienfuegos, antes de quedar unidos por la decisión más trascendental de sus vidas.
Estos tres héroes recibieron ayer, en sus casas, la visita de autoridades políticas, entre ellos los miembros del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Yuniasky Crespo Baquero, jefa del Departamento de Atención al Sector Social; Humberto Camilo Suárez, a cargo del Departamento de Política de Cuadros; y Caridad Diego Bello, jefa de la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos.
También acudieron Luis González Pedré y Luis Morlote Rivas, funcionarios del Departamento Ideológico del Comité Central, y representantes de la Unión de Jóvenes Comunistas y del Movimiento Juvenil Martiano.