En América Latina, dos ejemplos de esta lucha son los quechuas en los Andes y los guaraníes en el Cono Sur. Los quechuas, herederos del Imperio Inca, hoy dispersos en Perú, Bolivia, Ecuador y Argentina, mantienen viva su lengua -hablada por cerca de 8 millones de personas- y su cosmovisión, profundamente ligada a la Pachamama (Madre Tierra).
Cada 1ro de agosto, celebran rituales de agradecimiento a la tierra, una tradición que ha resistido siglos de marginación y que hoy se revitaliza como símbolo frente a la minería y el extractivismo.
Por su parte, los guaraníes, presentes en Paraguay, Brasil, Argentina y Bolivia, enfrentan retos similares: despojo territorial, deforestación y la criminalización de sus líderes.
En Brasil, donde 867 mil indígenas pertenecen a 305 etnias, según el censo de 2022, comunidades como los Guaraní-Kaiowá libran batallas legales contra el agronegocio que avanza sobre sus tierras sagradas. Su lucha no es solo por la tierra, sino por el derecho a existir como pueblos con identidad propia .
En Cuba, aunque la población indígena taína fue diezmada durante la colonización, estudios genéticos y antropológicos revelan que su legado persiste en comunidades rurales de Baracoa y la Sierra Maestra, donde prácticas agrícolas y vocablos como “hamaca”, “casabe” o “cacique” perduran.
La ONU estableció este día en 1994, pero su origen se remonta a 1982, cuando se creó el Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas, en respuesta a décadas de genocidios y asimilación forzada. Hoy, pese a avances como la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007), muchos gobiernos siguen incumpliendo sus obligaciones.
Cómo dijo el Apóstol: “No hay igualdad social posible sin el reconocimiento de las raíces que nos unen”. En un mundo donde el 30% de los conflictos ambientales ocurren en territorios indígenas, su sabiduría ancestral es clave para enfrentar la crisis climática. Defender sus derechos, es también defender el futuro de la humanidad .