Aquella noche fue “de mucha tensión, pues teníamos que trasladar hacia Mangos de Baraguá una tubería de 10 metros para la conductora que nuestras brigadas estaban rehabilitando y también porque mi pequeño hijo preparaba un trabajo práctico de la asignatura de Geografía, especialidad que estudié en la Universidad, y tenía que atender ambas tareas: la que beneficiaría a miles de personas y la que ayudaría a la persona que más quiero”.
Como reside en la localidad de Dos Palmas -a 21 kilómetros de la Ciudad del Cauto-, “tengo que despertar bien temprano para adelantar las cosas de la casa, obviamente mis padres son una ayuda extraordinaria, aunque peinan canas. En mi madre, llamada Doris, tengo la fuente de abasto, mi estación de bombeo; a ella también debo la madre que soy.
“Es que los días se me unen con las noches: lo mismo estoy en San Luis que en el montañoso Tercer Frente; o en los deprimidos embalses de Songo-La Maya. El agua es imprescindible, no en vano le dicen el elíxir de vida, y dirigir esta EAA -cuyos municipios abarcan unos cuatro mil kilómetros cuadrados-, implica consagración. Mi pequeño Alejandro no pocas veces me pregunta: ¿mamá, qué domingo no trabajas? Y eso me estremece y, a la vez, me obliga a multiplicar el tiempo, las fuerzas y el amor.
“Desde hace seis años dirijo Aguas Turquino, mi hijo apenas tenía los tres cumplidos. Sabe que su mamá tiene responsabilidades y así lo hace saber en el barrio y en la escuela. Mediante el teléfono móvil nos comunicamos, las tareas y los trabajos los reviso por esa vía, y así lo hago con la maestra. Dirigir implica ausencias pero no indiferencia, tengo que ser protagonista de su vida, de sus sueños y de sus éxitos; entregar a la sociedad un hombre de bien será mi mayor logro”.