‘No volverá a pasar’ es la frase perfecta en la reconciliación, que dura como merengue en la puerta de un colegio; luego otro malentendido, un ataque de celos, machismo barato, el alcohol como aliado perfecto para subir los tonos de la conversación, que vuelve a terminar en golpes y amenazas.
Todos murmuran: amigos, vecinos, familiares, ‘a ella le gusta eso’, ‘entre marido y mujer ...’, ‘él es muy violento’, ‘ella se lo buscó’... lo cierto es que Mary sigue siendo el saco de boxeo en el que Ernesto descarga su ira, y sus niñas no son solo las espectadoras de la más cruel escena de violencia; también las víctimas. Pero nadie denuncia.
Esta mujer violentada tiene muchos nombres: Paula, Mercedes, Yoandra, Ivón... está al doblar de la esquina, en su barrio, en mi comunidad, en campos y ciudades. No necesariamente es la ama de casa dependiente del esposo, también las conozco universitarias, profesionales, obreras, emprendedoras; esas que tienen bien ganado con sudor el sustento para vivir, pero que siguen atadas a falsos cánones que estimulan relaciones de dominación, no de pareja.
Lo triste es que en pleno siglo XXI, a tantos años de Revolución, y tras décadas de lucha por la igualdad y equidad de género, por romper el patriarcado, por ocupar ese espacio relegado para damas y del que hoy las cubanas son dueñas, siguen siendo recurrentes hechos violentos contra la mujer, que empiezan con acoso, ataques verbales, un ligero empujón, abusos sexuales, golpes... y en no pocas ocasiones la agresión llega al punto de provocar la muerte.
Por suerte, nuestras mujeres han roto estereotipos y hecho suyos los derechos; sin embargo, mientras una de ellas esté en peligro tenemos que visibilizar el problema; y hacerlo no precisa de ventilar en las redes sociales los conflictos de pareja, no es publicar rostros o imágenes de mujeres agredidas, no es hurgar -cual crónica roja-, en los detalles más íntimos, no es resquebrajar su moral, y hacer viral y motivo de comentarios denigrantes los sucesos.
Ellas tienen familia: padres que esconden la angustia, hermanos que se enfrentan; hijos que quedan traumados de tantas escenas de pavor, y que luego reproducen idénticos patrones; amigos y vecinos que no se cansan de aconsejar.
No están solas, tienen también a una sociedad que norma y repudia estos actos contra la mujer, que constituyen delitos, y que deben ser evaluados con todo el rigor y el peso de la Ley.
Me atrevería a afirmar que casi siempre detrás de un homicidio, primero hubo violencia encubierta, constantes agresiones vistas como simples peleas, y que terminan en morbosos crímenes.
Una llamada a tiempo puede cambiar la historia; decir NO a la violencia es la única opción, es salvarse de no ser la próxima víctima.