El 26 de julio de 1973, el Comandante en Jefe reconoció que la Generación del Centenario se enfrentaba a tal disyuntiva y que, para el bien de Cuba, decidió "vencer o morir". Medio siglo de neocolonia habían legado "500 000 obreros del campo en bohíos miserables (…) 200 000 bohíos y chozas; 400 000 familias del campo y la ciudad hacinadas en barracones, cuarterías y
solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud. Dos millones doscientas mil personas de nuestra población urbana pagan alquileres (...) y dos millones ochocientos mil de nuestra población rural y suburbana carecen de luz eléctrica" como se denuncia en La Historia me Absolverá.
La Revolución transformó esa situación, pero bajo condiciones de hostigamiento económico, comercial y financiero -además de un aislamiento diplomático- que no tuvo en sus 56 años la Cuba de la que algunos desmemoriados hacen una apología a ultranza.
De la tiranía de España a la tutela estadounidense; de cientos de miles de víctimas de las guerras por la independencia y del Bando de la Reconcentración del capitán general Valeriano Weyler al constante enfrentamiento entre el pueblo y los gobiernos entreguistas y déspotas de 1902 a 1958 (dos intervenciones militares de Estados Unidos, el machadato y el batistato, la embajada estadounidense era el verdadero centro de las tomas de decisiones) dejando miles de mártires, no pocos bajo el lema de "tierra o sangre".
La diversión se acabó cuando el pueblo, convertido en un ejército rebelde, les arrebató el poder y lo tomó. Salud y educación para todos, cultura y deporte como derecho, independencia, ese es el legado de la Revolución que logró la anhelada vindicación de Cuba, conociendo muy bien la verdad sobre los Estados Unidos, alertada por José Martí al que, contradictoriamente, apelan los que piden una Cuba democrática desde "el Norte revuelto y brutal".
Nuestra historia demuestra que los reveses conducen a victorias, y que el destino que hemos escogido –forjado en el sacrificio– es el correcto.
Podemos y debemos en Cuba solucionar nuestros problemas, y tener una vida próspera, a pesar de que nuestros enemigos hagan hasta lo imposible para impedirlo. Ese 26 julio de 1953, cuyo aniversario 70 está a las puertas, "no era el fin, sino el comienzo" de múltiples proezas y de dificultades impuestas por los enemigos acérrimos.
Nuestro Moncada hoy está en el aumento de las producciones, bienes y servicios, en atajar la inflación, en el enfrentamiento a la corrupción y las ilegalidades, en defender nuestra historia y nuestra cultura; está en todo lo que presumiblemente se constituya en un revés que, definitivamente, hay que vencer.