Ya estaba anunciado el caos si la oposición (derecha) no ganaba las elecciones y así fue, la inversión hecha por “El patrón” (Estados Unidos) comenzó a dar frutos que por ridículos que fueran han puesto en tensión a un país, donde no se hizo más que aplicar los principios básicos de la cacareada democracia.

El primer desatino fue declarar el fraude antes de que acudieran los electores a las urnas; luego, marcarse siendo el único partido que no se presentó al proceso judicial iniciado por la institucionalidad; posteriormente, divulgar la existencia de documentos editados con medios informáticos.

Como si fuera poco, la presunción de victoria de los representantes de la más inclinada oligarquía venezolana, alardeaba de haber ganado por abrumadora mayoría, ni siquiera pensaron que sería más creíble un margen estrecho, sin darse cuenta que era una falta de respeto mayúscula a las personalidades e instituciones, que por todo el país fungieron como veedores.

Mientras tanto, llegaba a su clímax una feroz campaña internacional, diseñada para desacreditar el sistema sociopolítico venezolano, crear cómplices a la “dictadura de Maduro” Cuba entre estos y de paso fomentar la división del pueblo de la República Bolivariana de Venezuela.

Como era de esperar, vinieron los reconocimientos a la oposición “ganadora”, algo que bordea lo inverosímil pero se repite una y otra vez, una fórmula que hemos visto mas de una vez en Venezuela y otras naciones latinoamericanas, casualmente en las que marchan por la izquierda del camino.

La máxima autoridad judicial de Venezuela, ya emitió su veredicto, el presidente reelecto es Nicolás Maduro Moros, con todos los derechos y garantías constitucionales que legitimó el pueblo en las urnas, pero el montaje de la derecha sigue fiel al guión.

Los acontecimientos allí son un espejo donde se pueden mirar quienes quieran autodeterminación, poder de decisión sobre sus recursos naturales, tener voz propia en los escenarios internacionales y levantar sus rodillas del barro.