Santiago de Cuba,

Especiales

Fidel Pino Santos fue un buen amigo de Ángel Castro Argiz, quien así le puso a uno de sus vástagos, al que indistintamente inscribieron como Fidel Hipólito, Fidel Casiano y, finalmente, como Fidel Alejandro Castro Ruz.

La primera vez que escuché el nombre de Fidel Castro, tenía yo diez años de edad. Fue después del asalto al Moncada. Lo mencionó mi madre, lamentándose de los crímenes que se cometían en Santiago de Cuba contra los jóvenes asaltantes. Le pregunté quién era Fidel y por qué estaba peleando. Solo atinó a responderme que él era bueno y quería ayudar a los pobres. Aquello quedó grabado en mi mente de niño.

Se acerca el centenario del Comandante en Jefe, precisamente 98 agostos de aquel de 1926 en que el remoto y oriental paraje de Birán entregó a Cuba y al mundo un hombre verdaderamente excepcional.

“Uno es dueño de lo calla y esclavo de lo que dice”, versa un antiguo proverbio; sin embargo, en los procesos comunicativos, y aún más en los masivos, hay que hablar, y más que eso, y valga la redundancia, comunicar. Todo eso hay que hacerlo bien y, procurando ser asertivos, coherentes y honestos, evitando siempre la demagogia, un mal que ha lastrado a la política desde la Grecia clásica.

El dulzor de las cañas y los bramidos de las reses que le acompañaron en la niñez, y en parte de la adolescencia y la juventud, fueron un recuerdo recurrente en Fidel Castro Ruz. Ese mundo rural lo había vivido en Birán, donde nació. No hay duda, como ocurre en todo proceso simbiótico, que contribuyó a esculpir la osadía de quien sería el líder máximo de la Revolución que reconfiguró, definitivamente, el tablero geopolítico en el entorno americano.

Ya lo imaginábamos, pero no por eso dejó de sorprender. No importaba que la medalla de oro, la física, colgara de su pecho; para los cubanos que ya lo sabíamos Campeón.

Agradecer las acciones de altruismo, solidaridad y valor, que conllevaron a mitigar el incendio desatado por una descarga eléctrica en la Base de Supertanqueros local hace dos años, devino compromiso honrado hoy en esta ciudad.

A mi entender, los principales problemas que afronta la nación cubana tienen su génesis en el incumplimiento de los deberes, sea en lo económico, lo social e incluso en las relaciones sociales e interpersonales.

El 2 de agosto de 1990 falleció el último mambí, es decir, el postrer sobreviviente de la Guerra de Independencia organizada por el Héroe Nacional cubano, José Martí, contra el poder colonial español e iniciada el 24 de febrero de 1895. Ese patriota, nombrado Juan Fajardo Vega, falleció cuando le faltaban 13 días para cumplir los 109 años de edad.

Un nuevo aniversario, dolorosamente luctuoso para nuestro pueblo, nos lleva a evocar aquel artero, cobarde y criminal asesinato perpetrado por los esbirros al servicio del batistato en la amarga tarde del 30 de julio de 1957, hace 67 años, cuando le arrancan la rica y brillante existencia en el Callejón del Muro santiaguero al tan querido como respetado líder del frente nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7): Frank Isaac País García, así como la de su compañero Raúl Pujol Arencibia, quien no solo decidió acompañarlo todo el tiempo para protegerlo y tratar de impedir que sobre Frank se volcara el odio y salvajismo intrínseco en la estirpe de estos elementos gavilla a cuyo mando se encontraba el conocido matón José María Salas Cañizares, Masacre, sino que se enfrentó muy corajudamente al ejecutor principal de esa barbarie.

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