“Empecé en 1981, cuando todavía no existía el BPA. Era el Banco Nacional de Cuba”, afirmó Raúl.
Su ingreso lo debe a su hermana, quien lo llevó ante el director provincial. “Ella trabajaba allí y me dijo: “Ven, te presento”. Así comenzó todo”.
En 1983, cuando el decreto ley transformó la institución en el Banco Popular de Ahorro, él ya formaba parte de su esqueleto. “Vi nacer este banco, literalmente. Y aunque probé otros caminos -estudié en el Instituto Técnico de Finanzas, trabajé en el Partido y los CDR-, siempre volví a mi pasión: conducir”.
Pero Raúl no solo manejó vehículos. Entre las décadas de 1980 y 1990, fue pieza clave del equipo de béisbol del BPA, que llevó el nombre de la institución por estadios de Holguín, Camagüey y Granma. “Ganamos copas, subimos al Pico Turquino, a la Gran Piedra. Éramos una familia”, afirmó.
Su entrega incondicional lo hizo merecedor de la condición de Vanguardia Nacional y Provincial durante cuatro años consecutivos. “No era solo por el trabajo; era por cómo lo hacía. El banco me dio oportunidades que jamás imaginé”.
Aunque se jubiló, Pérez Ortega, sigue vinculado al BPA. “Cuando hay un problema mecánico o un viaje urgente, me llaman, ¿cómo decirles que no?, comentó. Su voz se quiebra al hablar de sus dos hijos -un músico y una trabajadora de cafetería-, pero se recompone rápido: “Ellos saben que aquí dejé mi juventud”.
Raúl no solo transportó personas y documentos; llevó consigo el espíritu de una institución que creció junto a él. “El banco era distinto antes. Menos tecnología, más contacto humano. Pero lo esencial sigue igual: servir a la gente”, reflexionó.
Hoy, mientras colabora esporádicamente, mira con orgullo los nuevos vehículos y repite, como un mantra personal: “Siempre di el kilómetro extra”. Y así fue: más de cuatro décadas de viajes, risas y compromiso, marcando el rumbo del BPA desde el asiento del conductor.